Colgantes

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Un payaso y un suicida sentados en sendos bordes de un pintoresco puente colgante.
Se dan la espalda y así equilibran los pesos, para que la pasarela de madera no se incline hacia ningún lado. Sin saberlo, sus pies dibujan idénticos ochos en el vacío vacío que los separa del agua. El vértigo ya no les asusta, ambos disfrutan los cosquilleos de la naturaleza de sus cuerpos que se sienten en peligro,

un peligro confortante para la humanidad de sus cuerpos.

El payaso no viste su uniforme de trabajo, por el contrario, sus ropas de entrecasa son grises y marrones, rotas y sucias.


El suicida está desnudo. Sobre sus piernas languidece un tramo de una soga larga,
gruesa,
áspera.
La acaricia y acicala sedadamente con sus manos,
como si de un ser vivo se tratara.
En una punta está atada a un madero del puente, en la otra,
un deforme nudo de horca, mal hecho.

La tarde se está aburriendo. El sol no lo dice tanto como el viento fresco que comienza a peinar el paisaje.

Los dos tienen su mirada perdida y un poco triste.

- Vamos, la vida no puede ser tan mala. - dice el suicida, rompiendo el silencio de algunos minutos.
La seguridad en su voz irritada parece tratar de convencer de algo en lo que no cree.
- Veo que no entendiste nada de lo que te dije.- murmura sonriendo tristemente el payasomientras cambia la figura que trazan sus pies colgantes. Ahora hace redondeles.

El río había crecido, y aun así pasaba a no menos de diez metros por debajo del puente.
Era raro no ver el paisaje cotidiano del río; las riberas con sus mismas,
o imperceptiblemente diferentes, curvas de todos los días.
La creciente había cambiado el paisaje, y a aquellas personas que se sienten a gusto en el orden,
les generaba violencia.
El agua ahora besaba los senderos que acompañan el cauce del río, zigzagueantes entre árboles y arbustos. El agua estaba turbia.

- Que la vida es una mierda... -
el suicida habla mirando al cielo
- ...no hay dudas, pero hasta la mierda se mezcla con la tierra -
baja la vista a sus pies meneándose a sotavento
- y sigue su curso en el ciclo sin fin.

Que nos mueve a todos”
tararea mentalmente el payaso al tiempo en que se siente un pelotudo. Porque cuando lo contratan en fiestas infantiles casi siempre le hacen cantar canciones del Rey León.

Un poco de basura se acumula en los remolinos de los pliegues más cerrados del cauce. Se mueven de un lado a otro pero parecen no poder salir. Hasta que un tronco grueso con bolsas de nylon enquistadas se escapa flotando lentamente,
y el payaso lo sigue con la mirada...
una caja de vino vacía lo sigue por detrás,
esquivando piedras a la fuerza,
lo pasa por derecha
y llegando a la meta imaginaria,
gana.

El sol inclinado ya naranja molesta la visita del suicida y hace que entrecierre los ojos
y vea un poco borrosos los verdes, oros y azules.

En ése instante,
por unos segundos
el viento ostenta un olor ácido que le recuerda su último intento de suicidio.
Quiere llorar, pero sólo se le humedecen los ojos, y el mismo puto viento enfría sus embriones de lágrimas
y pronto las seca.

- Bueno... -
dice con nostalgia el payaso
- ya estoy cansado,
me voy a la mierda.
Perdón por dejarte solo -
y como nunca antes,
manso,
deja que su cuerpo acompañe el peso de sus piernas
cansadas de bailar y caminar.

El puente se balancea, y el payaso cae.


Cae, y diez metros de redención,
y no siente la brisa, porque todo el viento es de él,
y siente que es hermoso el vértigo,
por un momento parecido a lo que entiende por libertad,
y toda su estancada sangre que infla su cabeza,
y lo asusta y no lo deja pensar,
y diez metros que se hacen kilómetros,
un orgasmo de kilómetros,
y hermoso el viento que recorre sus pies desnudos,
se cuela entre sus dedos,
y sus brazos que se abren como alas,
y bendita la felicidad,
de golpear contra la superficie ruidosa del río,
una superficie azul,
negra y marrón,
como los ojos de un viejo ciego profeta,
y hermosa el agua fría,
que abraza el alma y limpia la mente,
y sus ropas mojadas,
levitantes y pegajosas,
y los azules
y miles de burbujas,
y la velocidad que se hace nula
y la tierna emoción del ascenso,
y de nuevo el fresco de la brisa enana,
en la cara mojada que se asoma,
y el respiro de alivio,
y la alegría que rebota torpemente por las venas.


Y la calma.










Y el payaso desde el agua que grita:

- ¡Tenés que probarlo algún día,
es una mezcla entre suicidarse, tomar drogas y dar un primer beso! -

y feliz, mitad nadando hacia la orilla,
mitad dejándose llevar por la corriente,
se aleja del puente
para tomar el camino a su casa.




Y unos minutos de alterada calma.






Y la decisión


de por fin tomar la vida en sus manos,
y soltarla.
Y el perfil recortado por el sol de un suicida que salta desde un puente colgante,
y una soga que se desdobla trazando su recorrido,
y el estallido de un cuerpo contra un río turbio,
y llueve para arriba,
gotas que explotan, brillan y vuelan,
y entre ellas una soga que cuelga pendulante,
con un nudo mal hecho en una punta,
y un viento ácido,
feliz.





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Muy muy bueno, che...